Del ateísmo al Islam: Jeremy Ben Royston Boulter (4)

Del ateísmo al Islam: Jeremy Ben Royston Boulter (4)

Del ateísmo al Islam: Jeremy Ben Royston Boulter (4)

Autor: Jeremy Ben Royston Boulter

El Libro

Cuando volvió, llevaba consigo un libro grueso en un estuche brillante. Lo sostuvo suavemente, acunándolo en su mano. Me dijo que esa no era una traducción, sino una explicación de los significados del Noble Corán en inglés. Eso me confundió, y le reiteré que quería una traducción. Él me dijo que esa era una traducción, pero que una traducción no era lo mismo que el original, sino que se le llamaba una «explicación del significado».

Acepté el libro, sin poder seguir realmente su línea de pensamiento. Me cruzó por la mente la idea de que eso era mejor que nada. Él parecía saber lo que pasaba por mi cabeza. Así que, siendo el buen psicólogo que era, comenzó a acercármelo, y luego lo retiró cuando extendí mi mano para tomarlo.

«Hay tres, no, cuatro condiciones que quiero que aceptes antes de entregártelo», me dijo.

«¿Qué condiciones?», le pregunté, nerviosamente.

«Primero, nunca lo pongas en el suelo o sobre una silla. Podrías accidentalmente caminar o sentarte sobre él, lo que es un irrespeto para con el libro sagrado». Bueno, entendí esa condición.

«Segundo, sé que es hábito de algunas personas leer mientras están haciendo sus necesidades en el baño». Él tenía razón, yo mismo lo había hecho algunas veces.

«¿Por qué lo dices?», le pregunté.

«No lo hagas con el Corán. El lugar donde tiras tus desperdicios no es lugar para leerlo. Ni siquiera debes llevarlo al baño contigo». Bien, podía ver a qué se refería, aunque me pareció algo un poco quisquilloso. Pero estaba dispuesto a cumplir también con esa condición, lo que fuera para obtenerlo, pensé.

«Tercero, siempre de dejes de leerlo, colócalo en un estante o anaquel, en lugar de dejarlo por ahí. Esto demuestra más cuidado». No hay problema, pensé. Esto muestra que los musulmanes cuidan y respetan mucho el Corán.

«Cuarto, trata de no dejar nunca el Corán abierto boca abajo con el fin de no perder dónde iba tu lectura». Eso era muy quisquilloso, pensé.

«¿Por qué?», le pregunté. La pregunta se estaba haciendo repetitiva.

«La palabra de Al‑lah nunca debería estar hacia abajo, debe ponerse siempre hacia arriba. Si necesitas señalar dónde vas, el libro tiene una cinta adherida que puedes usar para ello». ¡Ah, pues claro!, pensé. ¡Esa debe ser la razón de que la Biblia tenga una cinta también!

«Acepto todas las condiciones», le dije con voz resuelta.

Él me pidió que volviera y le dijera cómo avanzaba mi lectura, algo que en ese momento me tomé a la ligera, y me alejé rápidamente con mi premio. No podía esperar a llegar a la casa y meterme literalmente de cabeza en el libro ese mismo día, en especial debido a que el día siguiente sería miércoles, mi último día libre antes del fin de semana saudita, que es jueves y viernes.

El catalizador

Durante la siguiente semana, me dediqué a leer el Corán. Comencé por el principio y leí de corrido el segundo capítulo. De algún modo, había esperado que el libro fuera un recuento de la vida del Profeta musulmán, algo como los evangelios o los libros de Moisés en la Biblia. Pero no era eso lo que estaba leyendo.

Desde el principio mismo, el libro me cautivó porque parecía estar hablándome directamente. No había «Dios dijo esto y aquello«, ni «el Profeta dijo esto y aquello«, como si fuera un reporte de otros con respecto a lo que un profeta había dicho sobre Dios o respecto a lo que un profeta había reportado de las palabras de Dios mismo. De hecho, sentí más como si estuviera recibiendo la revelación directamente de Dios mismo. Él me estaba hablando directamente, y Sus palabras afectaron directamente mi corazón.

Pronto me encontré llorando, al reconocerme a mí mismo y a miembros de mi familia en las descripciones de la Gente del Libro y sus creencias (equivocadas) y posturas obstinadas. Incluso algunas actitudes y creencias de los incrédulos, hipócritas y politeístas, eran ecos de algunas de mis actitudes y de las actitudes de personas que yo conocía en Occidente. Mi corazón se dolió de preocupación por el posible destino de mis familiares, y tembló de miedo por mí, por mi indudable destino si permanecía en el camino que había estado transitando.

Después de leer los primeros capítulos grandes, Al Baqarah, Ali ‘Imran, An-Nisa, Al Ma’idah y Al An’am, me salté gran parte del libro en búsqueda de los capítulos más cortos. Pero incluso estos capítulos cortos de apenas 60 versículos hacían eco de los cinco mayores. Sin embargo, cuando llegué a la parte final, el Ju’z 30°, los capítulos repentinamente ya no eran de más de dos o tres páginas, algunos de solo una y media. Y los temas ahora eran más restringidos.

Luego, los capítulos cabían en una sola página o menos, hasta que apareció más de un capítulo en la misma página. En ese punto, uno de esos capítulos diminutos me iluminó de repente.

«Di: Él es Al-lah, Uno.

Al-lah es el Absoluto.

No engendró ni fue engendrado.

Y no hay nada ni nadie que sea semejante a Él» (Corán 112:1-4).

Este era el corazón del Corán, lo que entendí como su mensaje verdadero. Me pareció muy correcto. Esa era precisamente la forma en que yo me sentía respecto a Dios en mi propia religión, a pesar de que las iglesias de mi religión enseñaban acerca de la divinidad de Jesús y el concepto de Trinidad.

La gota que desbordó el vaso

¿Podría ser que los musulmanes realmente creyeran en un solo Creador, Único, Fundamento y Motor del universo? ¿Es realmente cierto que este Dios rechaza cualquier posibilidad de procreación, ya sea a partir de Sí mismo o de ser procreado de otro? ¿Acaso esta religión confirma realmente lo que yo ya pensaba que era cierto? Y si así es, ¿no significa eso que yo tengo un deber que he descuidado todo este tiempo?

Estos pensamientos y preguntas sacudieron mi mente. Tuve que comprobarlo con los únicos musulmanes que eran para mí más que meros conocidos: dos colegas del campus universitario.

Los detuve en las escaleras que llevaban a la puerta del edificio principal. Ellos sabían que yo estaba leyendo el Corán, y se detuvieron fácilmente, felices de responder las preguntas que pudiera tener. Me disculpé por quitarles su tiempo y les hablé de este descubrimiento asombroso que había hecho.

«He estado leyendo su Libro», les dije, «y me he encontrado con un versículo que parece resumirlo todo».

«¿Cuál versículo es ese?» Era Isma’il Rostron, el converso blanco, quien preguntó.

«Este. Justo al final. Dice:

‘Di: Él es Al-lah, Uno.

Al-lah es el Absoluto.

No engendró ni fue engendrado.

Y no hay nada ni nadie que sea semejante a Él’.

¡Es de esto que trata todo el libro!»

«Sí, es cierto», dijo Isma’il.

«Es gracioso que digas eso», dijo Yamal. Él era un británico de origen pakistaní, y era musulmán de nacimiento. «Hay una historia sobre uno de los compañeros del Profeta, que llegó a nosotros a través de las narraciones del Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él)».

«¿Qué historia?», le inquirí.

«Había un hombre, un comandante de yihad, que solía liderar a sus compañeros en la oración con una recitación. Al terminar la porción del Corán después de recitar La Apertura, él la completaba con la recitación de ‘Di: Él es Al-lah, Uno’. Entonces, cuando ellos regresaron, le mencionaron esto al Profeta (Dios lo bendiga) y él dijo: ‘¡Pregúntenle por qué hace eso!’ Así que la gente fue y le preguntó, y el comandante dijo: ‘Porque es la descripción de Al‑lah y amo recitarla’. Entonces, cuando la gente regresó y le dijo eso, el Profeta (Dios lo bendiga) dijo: ‘Infórmenle que Al‑lah, el Altísimo, lo ama’».

«¿De verdad?», pregunté, sintiéndome un poco aturdido por esta confirmación.

«Sí», dijo Yamal. «Y hay otra historia que nos cuenta exactamente cuánto del mensaje del Corán es este capítulo«.

Yo estaba en ascuas.

«Un hombre escuchó a otro recitando ‘Di: Él es Al-lah, Uno’ una y otra vez durante las últimas horas de la noche. Entonces, cuando la mañana llegó, el hombre fue con el Profeta (Dios lo bendiga) y le mencionó esto, y era como si creyera que eso lo desacreditaba. El Profeta (Dios lo bendiga) le dijo: ‘Por Aquel en Cuyas manos está mi alma, en verdad ese capítulo y su mensaje equivalen a un tercio del Corán’. Así que, como puedes ver, tienes razón. Es de eso principalmente que trata el Corán».

Quedé convencido. Los musulmanes realmente creen en este principio, sin peros ni condiciones, y sin ocultarlo en una trinidad ni permitir intermediarios. Este era el Dios con el que yo podía estar realmente relacionado.

«¿Y los otros dos tercios?», pregunté.

«Un tercio consiste en las historias de los profetas y las lecciones que aprendemos de su ejemplo».

«¿Qué quieres decir?»

«Lo que los profetas hicieron y dijeron, cómo proclamaron el mensaje a su gente, y cómo interactuaron con sus familias y comunidades».

«Ya veo, ¿y la última parte?»

«Esos son los mandamientos de Al‑lah respecto a cómo debemos vivir individualmente y como comunidad», dijo. «Cosas como los estatutos legales con respecto al matrimonio, el divorcio, la crianza de los hijos, la purificación, la oración, el ayuno y la peregrinación; lo lícito y lo ilícito en la alimentación y en la interacción social; leyes y castigos».

Decidí que tenía que irme y pensar sobre las implicaciones de todo esto.

Fuente: www.islamreligion.com

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