La historia olvidada de Inglaterra con los musulmanes

A la izquierda, Murad III, emperador otomano; a la derecha Isabel, reina de Inglaterra

A la izquierda, Murad III, emperador otomano; a la derecha Isabel, reina de Inglaterra

Por: Jerry Brotton

Uno de los aspectos más sorprendentes de la Inglaterra Isabelina es que su política exterior y económica fue impulsada por una estrecha relación con el mundo islámico, un hecho que ignoran hoy en día aquellos que defienden el populismo de la soberanía nacional.

Desde el momento de su ascensión al trono en el 1558, Isabel comenzó a atar lazos diplomáticos, comerciales y militares con los gobernantes musulmanes de Irán, Turquía y Marruecos; y con buenos motivos. En 1570, cuando se hizo patente que la Inglaterra protestante no volvería al catolicismo, el papa excomulgó a la reina Isabel y pidió que la descoronaran. Muy pronto, el poder de la España católica estaba contra ella, una invasión inminente. Los mercados ingleses tenían prohibido comerciar con los grandes mercados de los Países Bajos españoles. El aislamiento económico y político amenazaba con destruir el nuevo país protestante.

La respuesta de Isabel I a esto fue el acercamiento al mundo Islámico. El único rival de España era el Imperio Otomano, gobernado por el sultán Murad III, cuyo imperio abarcaba desde el norte de África, atravesando por la Europa del este hasta el Océano Índico. Los otomanos habían luchado contra la familia de Habsburgo durante décadas, conquistando Hungría. Isabel esperaba que una alianza con el sultán aliviara la situación militar con España y permitiese que sus comerciantes accedieran al mercado del Este. Para asegurarse, contactó también con los rivales de los otomanos, el sha de Persia y el gobernador de Marruecos.

El problema era que el imperio musulmán era mucha más poderoso que la pequeña isla de Isabel que flotaba en la zona nublada de Europa. Isabel quería conseguir nuevas alianzas mercantiles, pero no podía financiarlas. Por lo que se aprovechó de una innovación comercial, la sociedad por acciones, introducida por su hermana María Tudor.

Las empresas eran asociaciones comerciales cuyos dueños eran accionistas conjuntos. El capital era invertido en viajes comerciales y las ganancias, o perdidas, se compartían. Isabel apoyó con fervor la Compañía de Moscovia, que comerciaba con Persia y fue una inspiración para la formación de la Compañía de Turquía, que comerciaba con los otomanos y la Compañía de las Indias Orientales, que con el tiempo, conquistó India.

En 1580 firmó unos tratados comerciales con los otomanos que le permitirían un comercio libre en las tierras otomanas durante 300 años. Hizo un tratado similar con Marruecos, con una promesa tácita de apoyo militar contra España.

Con la llegada de riquezas, Isabel comenzó a escribir cartas a sus aliados musulmanes, elogiando los beneficios de su comercio mutuo. Escribió como una suplicante, denominando a Murad como “el mayor gobernante de los reinos de Turquía, el exclusivo y principal monarca del imperio del este”. Habló también sobre la hostilidad de ambos al Catolicismo, describiéndose como “la invencible y mayor defensora de la cristiandad, en contra de todo tipo de idolatrías”. Al igual que los musulmanes, los protestantes rechazaban la idolatría a imágenes y defendían la palabra de Dios sin mediador alguno, mientras que los católicos favorecían la intercesión de los curas. Se aprovechó de lo que unía a los protestantes y a los musulmanes, como dos caras de la misma moneda herética.

Su estratagema funcionó. Miles de comerciantes europeos cruzaron regiones como Alepo en Siria, o Mosul, en Irak. Eran mucho más seguras que cruzar zonas de la Europa católica, en la que se arriesgaban a caer en manos de la inquisición.

Las autoridades otomanas tomaron su habilidad para atraer a gente de todas las creencias como un signo de poder, no de debilidad, y vieron los conflictos del catolicismo y el protestantismo con una confusión imparcial. Muchos ingleses se convirtieron al islam. Algunos como Samson Rowlie, un mercader de Norfolk que se convirtió en Hassan Aga, jefe tesorero de Argel, fue obligado. Otros lo hicieron por su propia voluntad, viendo islam como una mejor opción al protestantismo.

Los aristócratas ingleses estaban encantados con las sedas y las especias del este, en cambio, los turcos y los marroquís no mostraban tanto afán por la lana inglesa. Lo que necesitaban eran armas. Como represalia religiosa, Isabel I tomó la plata de las iglesias católicas y fundió las campanas para hacer munición que se enviaba a Turquía, llegando más lejos que el escándalo Irangate. La reina quería que hubiese asuntos similares con Marruecos, vendiendo armas y comprando salitre, el ingrediente fundamental de la pólvora; además de azúcar, que se convirtió en un antojo que estropeo los dientes de la reina.

El azúcar, la seda, las alfombras y las especias cambiaron la alimentación, la decoración de las casas y la vestimenta de los ingleses. Aparecieron palabras como “candy” y “turquesa” (piedra turca). Incluso Shakespeare se vio involucrado, escribiendo “Othello” (El moro de Venecia) tras la visita de seis meses del primer embajador de Marruecos.  

A pesar del éxito de las sociedades por acciones conjuntas, la economía británica no consiguió mantener su dependencia en ese comercio tan vasto. Tras la muerte de Isabel I en 1603, el nuevo rey, Jacobo I, firmó un tratado de paz con España, acabando el exilio de Inglaterra.

La política islámica de Isabel I, protegió de una invasión Católica, transformó el gusto inglés y estableció un nuevo modelo para las inversiones de acciones conjuntas, que con el tiempo financiarían la Compañía de Virginia, que fundó la primera colonia permanente en Norteamérica.

Observamos que los musulmanes, en todos los sentidos, imperial, militar y comercial, jugaron una parte importante en la historia de Inglaterra. Hoy, cuando escuchemos discursos políticos anti-islámicos debemos recordar que nuestros pasados están más entrelazados de lo que nos creemos.


Fuente: www.nytimes.com Traducido por Truth Seeker

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