Por: Sabora Uribe
Dice Carlos Bousoño, en el momento de recoger un premio por su labor en las letras españolas, que aún le duele el hueco de Dios. A nosotros también nos dolía, nos hería aquel vacío desolador que nos quedaba tras haber arrojado lejos la Iglesia, que se nos antojaba engañadora y desleal (nos referimos al aparato eclesiástico y no, desde luego, a la fe en Jesús en tanto portador de un mensaje) y al mismo tiempo la idea de Dios que ella traía aparejada, a la que parecía indefectiblemente unida y sin la cual no parecía poderse sostener. Nos dolía como un miembro fantasma aquella amputación drástica y nos sumíamos en la crisis. Para muchos de mi generación esta crisis fue una auténtica iniciación, un rito prescrito, un altísimo precio pagado para ponernos en condiciones de acceder al mundo de la razón, del conocimiento, arrastrando, no obstante, como consecuencia de semejante extirpación, cierta melancolía, una sensación de paraíso perdido sin retorno posible.
Al cabo de un tiempo nos pareció haber tocado fondo en nuestras pesquisas intelectuales cuando un buen maestro nos enseñó que la esencia del pensamiento es paradójica y contradictoria como la de los seres humanos y llegamos a palpar esa zona fronteriza en la que el raciocinio comienza a claudicar, ese territorio innombrado, mas como tal reconocido en su existencia por pensadores y personas sensibles cuya impronta gravita sobre nosotros, haciéndonos contemplar el mundo desde una perspectiva determinada.
Allí donde San Juan de la Cruz apela al balbuceo, a las imágenes de arrebatado fulgor para intentar decir lo que parece indecible, Wittgenstein se atiene al silencio, nos deja ante el umbral del misterio confesando que le faltan palabras para describirlo. No hay posibilidad de estructuración racional en este punto, pero un instante más allá está la mística, la diáfana pradera en la que se aúnan ética y estética para dar paso a la luz. No es una simple ensoñación vaga, permite y precisa de un trabajo de reestructuración, un salto cualitativo en el manejo del pensamiento.
Tras pensar y repensar el tema de Dios y llegar a la conclusión de que tan indemostrable es su existencia como su no-existencia, según las premisas del pensamiento lógico tradicional [que no por otras], nos atenemos a una interpretación de la realidad que Le incluya, una visión del mundo que tiene mucho que ver con la poesía que capta y expresa esencias significativas, como una propuesta hecha desde la irracionalidad, como una prospección en el alma individual que ha de extraer la esencia universal y desplegarla para que otras almas puedan reconocerse y sublimarse. Es apelar a la irracionalidad en ese enclave donde se abre la puerta de otra dimensión y se convierte en catalizador de energías que alientan la complejidad estructural del ser humano, una conciencia que puede ejercitarse sobre la realidad en su conjunto y sobre sí misma, en pos del esquivo conocimiento, en una búsqueda que abarca toda su existencia.
Así pues, nos dolía el hueco de Dios de tal modo que hubimos de buscar un remedio. Si hacerse musulmán parece una salida extravagante, es, sin embargo -analizada la situación con detalle- la única opción factible y operativa que se nos presenta para llenar una laguna desazonadoramente vacía en el ámbito de la espiritualidad y cubrir la necesidad de pensar en Dios, nombrarlo y relacionarse con Él, utilizando el pensamiento sin cortapisas, libre de jerarquías que no sean las que asume el propio discernimiento. En este sentido es un sistema individualista, siendo en cada caso la persona responsable de su conducta y elecciones, aunque cuenta el individuo con un código social y de costumbres que le tiende un puente de plata para su inserción en el más amplio seno de la sociedad y que contempla:
– el derecho a la propiedad privada
– el derecho a la protección de la familia
– la obligación de la asistencia social
– el derecho al divorcio
– el mantenimiento de una conducta honesta, creíble, para dejarla como legado a la siguiente generación
– la asunción natural del sexo
– un sano espíritu comunitario
– una explícita condena de la usura
– una amplia recomendación sobre la conveniencia de pactar y respetar los pactos
– en general, una elección de la sencillez y la facilidad en la vida cotidiana para hacerla más llevadera.
Nada de pecado original, nada de material y espiritual, concepción sintética del hombre, de naturaleza compleja, “mestiza” como gusta decir hoy día, con pulsiones de vida y de muerte, con inclinaciones constructivas y destructivas, teniendo por sentido de su vida el aceptar con humildad sus limitaciones y el intentar superarlas con entusiasmo, creando su destino, aceptando Su designio, el designio de una divinidad que se nos hace inteligible a través de noventa y nueve atributos, de los que ha preferido insistir en uno: El Compasivo. Así se repite incesantemente en el Corán y así lo confirma Muhammad, Mensaje y Mensajero que constituyen un supremo gesto de amor hacia la humanidad, una brújula para orientarse en el camino. De tal modo han discurrido nuestras vidas que en un momento dejamos a Dios.
Fuente: https://www.verislam.com/