Por: Osman Nuri Topbas
En el Islam el iman, la creencia, queda establecida por medio de la afirmación del corazón y de la declaración oral. Lo que esto significa es que el verdadero lugar donde se manifiesta la creencia no es en la razón, sino en el corazón -el centro de la sensibilidad espiritual y del sentimiento. Esto es una diferenciación de suma importancia, ya que la creencia es un sentimiento sublime, mientras que la razón suministra los medios necesarios para salvaguardar una fase inicial del entendimiento y lograr esa creencia firme.
La creencia no se da hasta que la Verdad Divina, aceptada por la razón, reciba su visto bueno en el corazón. Una creencia no arraigada en el corazón no se transforma en actos ni dirigirá el comportamiento del creyente, dejando todas sus acciones sin valor ante el Todopoderoso. Es Allah Quien recrimina a los sabios de entre los Hijos de Israil, a los que compara con asnos cargados de libros, por haber fallado sus corazones en asimilar la Verdad Divina y, en consecuencia, no haberla puesto en práctica (El Viernes, 62:5).
El conocimiento de la Verdad Divina, por lo tanto, no supone aprenderla intelectualmente. Saber significa descifrar, por medio de la contemplación, la reflexión, y la sensibilidad, el misterio del increible orden en el universo y en la existencia, y actuar acorde con él. Solamente un corazón iluminado por la luz de la creencia puede conseguirlo.
Los elementos que utiliza la razón a la hora de contemplar el universo y el noble Corán se pueden comprar con las materias primas que extraemos de la tierra. La transformación de estos materiales en algo que tenga valor, es obra del corazón -centro de la sensibilidad espiritual y del sentimiento. Su función, significativamente delimitada por los conceptos de intuición e inspiración, consiste en la unificación de las pruebas ofrecidas por la razón, lo cual lleva a una comprensión perfecta de la Verdad; un proceso comparable al que tiene lugar a la hora de unir las piezas de un jarrón roto de manera que se pueda manifestar de nuevo su forma original.
Es obvio, pues, que la manera perfecta de alcanzar la Verdad y el bien es la de entrenar a al razón con la Revelación, para que después sea el corazón maduro quien pueda realizar su función de reparar los defectos de la razón.
El valor de la contemplación también depende del refuerzo que reciba de la espiritualidad. Dicho de otro modo, depende del esfuerzo equilibrado y armónico de ambos -el corazón y la razón. Si la balanza se inclina hacia la razón, el resultado puede ser un buen individuo en términos de este mundo, hijo de sus propias obras. Sin embargo, para convertirnos en un musulmán maduro es necesario que el corazón, el centro de los sentimientos y la sensibilidad, reciba un entrenamiento espiritual que le haga desarrollar las funciones que le servirán para guiar la razón, ya que es el corazón quien dirige el pensamiento, mientras que el pensamiento dirige la voluntad.
En la práctica, esto significa que la intención de actuar se origina en el corazón; de hecho son los sentimientos los que se encuentran incrustados allí. La rectificación del corazón según el mandato Divino tiene por lo tanto mayor importancia que el mantenimiento del equilibrio de las otras partes del cuerpo.
Existe un tipo de seudo-contemplación basado en los deseos de naturaleza egoísta, vulnerables a las enfermedades del espíritu, como el orgullo y la vanidad, carente de la guía del corazón, que se desvía cada vez más de su curso natural y lleva al hombre a la trasgresión y la depravación.
Mawlana Rumi dice: «Si el amor de Lucifer hubiese sido tan grande como su razón, no sería el Shaytan que es hoy».
Queda claro pues, que la razón por sí misma no tiene valor. Hace falta tomar el timón y darle un dirección segura para refinar espiritualmente los sentimientos que alberga el corazón.
En pocas palabras, la verdadera contemplación empieza en el momento que la razón, inspirada por la Revelación, se encuentra con un corazón maduro espiritualmente. El uso que damos a la palabra ‘contemplación’ en este artículo se atiene, por tanto, a su forma más perfecta: contemplación realizada bajo las Verdades Divinas y reforzadas con la sensibilidad del corazón.
La contemplación (at-tafakkur) implica sustraer la enseñanza de cualquier objeto o experiencia y centrarse en ella para lograr su comprensión profunda.
La deliberación (at-ta’mul) implica pararse a pensar, para después investigar más a fondo por medio de la contemplación. Es un proceso delicado del pensamiento, centrado en el universo y sus fenómenos con el objetivo de extraer de ellos la enseñanza necesaria para llegar a la esencia del asunto.
La ponderación (at-tadabbur) supone reflexionar sobre las consecuencias de un acontecimiento dado.
Fuente: Extracto del libro ‘La contemplación en el Islam’, del mismo autor. Editado por Truth Seeker.