Autor: Ali Shariati
Primeramente, Al-lâh se dirigió a los ángeles y dijo: «Deseo crear Mi jalifa (representante, vicerregente) en la tierra». ¡Obsérvese qué grande es el valor del hombre en el Islam! Ni siquiera el post-renacimiento humanista ha sido capaz de concebir esta exaltada cualidad para el hombre. Al-lâh, quien según el Islam y los creyentes en otras religiones, es el más grande y más elevado de todos los seres, creador de Adán (a) y Señor del cosmos, se dirigió a los ángeles y les presentó al hombre como Su Jalifa. De acuerdo con el Islam, la misión del hombre es exacta por este designo de Al-lâh. El hombre debe obrar en la tierra como el Jalifa de Al-lâh, la misma misión que Al-lâh tiene en el cosmos. El primer rango que el hombre posee es, pues, ser Jalifa de Al-lâh en la tierra.
Los ángeles claman diciendo: «Deseas crear a alguien que provocará derramamientos de sangre, crímenes, odios y venganzas». Pero Al-lâh replicó «Sé lo que no sabéis», y se dispuso a crear al hombre.
El aspecto simbólico de la narrativa comienza en este punto. ¡Qué profundas verdades concernientes al hombre se ocultan tras esos símbolos! Al-lâh quiere crear a Su Jalifa en la tierra, sobre la faz del planeta. Uno esperaría que fueran seleccionados los materiales más sagrados y valiosos, pero al contrario, Al-lâh elige las sustancias más humildes. El Qur’ân menciona en tres ocasiones la materia de la que se creó al hombre. Primero utiliza la expresión «como un barro de olleros» (55:14); es decir, barro seco, sedimento. Entonces el Qur’ân dice: «he creado al hombre de barro pútrido» (15:26), fétida y maloliente tierra; y finalmente usa el término tin, que también significa cieno (6:2, 23:12). Así que Al-lâh puso manos a la obra y se puso a crear a Su Jalifa; este precioso Jalifa fue creado de barro seco, y después insufló algo de Su Espíritu en el barro y el hombre fue creado.
En el lenguaje humano, el símbolo máximo de miseria y ruindad es el barro. No hay nada creado inferior al cieno. También en lenguaje humano, el más exaltable y sagrado de los seres es Al-lâh, y la parte más destacada, noble y sagrada de cada ser es su espíritu. El hombre, representante de Al-lâh, fue creado del barro, del cieno sedimentario, de la sustancia más inmunda del cosmos, y Al-lâh insufló en él no Su Sangre o Su Cuerpo —por así decirlo—, sino Su Espíritu, la entidad más excelsa que tiene nombre en el lenguaje humano. Al-lâh es el más excelso, y Su Espíritu es la entidad más excelsa que se pueda concebir, el concepto más alto para el ser humano.
Así que el hombre es un compuesto de cieno y espíritu divino, una criatura bidimensional, una criatura con una naturaleza dual, opuesta a los demás seres que son unidimensionales. Una dimensión se inclina al cieno y la miseria, al estancamiento y la inmovilidad. Cuando un río se desborda, deja detrás de sí cierto cieno sedimentario que carece de vida y movimiento. La naturaleza del hombre en una de sus dimensiones, aspira precisamente a este estado de tranquilidad. Pero la otra dimensión, la del Espíritu de Al-lâh, como es llamada en el Qur’ân, aspira a ascender y escalar las más altas cumbres concebibles —hacia Al-lâh y Su Espíritu.
El hombre está compuesto, pues, de dos elementos contradictorios, cieno y Espíritu de Al-lâh, su esplendor e importancia deriva precisamente del hecho de ser una criatura bidimensional. La separación entre ambas dimensiones es la distancia entre barro y Espíritu de Al-lâh. Cada hombre es dotado con dos dimensiones y él debe decidir entre descender al polo del cieno sedimentario que existe en su ser, o ascender al polo de la exaltación, de Al-lâh y Su Espíritu. Este conflicto constante, esta lucha tiene lugar en el interior del ser humano, hasta que finalmente elige uno de los dos polos como determinante para su destino.
Fuente: www.webislam.com