Del ateísmo al Islam: Jeremy Ben Royston Boulter (6)

Del ateísmo al Islam: Jeremy Ben Royston Boulter (6)

Del ateísmo al Islam: Jeremy Ben Royston Boulter (6)

Autor: Jeremy Ben Royston Boulter

Ali Yamili

Ali Yamili era el cuarto colega musulmán «occidental» recién llegado de los Estados Unidos. Había llegado desde Jeddah porque lo primero que hizo al llegar a Arabia Saudita fue visitar la Casa de Dios y caminar a su alrededor (la peregrinación menor, llamadaÚmrah). Esta fue una de las características de Ali que yo llegaría a conocer bien: su obsesión con visitar la Casa de Dios tan a menudo como le fuera posible. Llevaba gafas oscuras y se veía muy bien. Una segunda cosa que aprendería de él sería su admiración por las normas sociales y legales estadounidenses, que comparaba favorablemente con su experiencia de estas normas en Arabia Saudita. Aún bajo su exterior «occidental» estaba el corazón de alguien que amaba a Dios apasionadamente. Poco después de conocerlo, me preguntó si sabía sobre el Islam, y le dije que había estado leyendo su Libro Sagrado. Por supuesto, su siguiente paso fue preguntarme si iba a abrazar el Islam, y le comenté acerca de mis tres condiciones.

«¿Estás loco?», me dijo. «No puedes ponerle condiciones a Dios». Él utilizaba el nombre de Dios con el que me había comenzado a familiarizar al leer el Corán. «¡Prostérnate ahora mismo y pide Su perdón! Si sabes que esta es la Verdad, haz tu declaración de fe ya mismo».

«¿Por qué no debo poner condiciones?», le pregunté. «Quiero que mi familia sea musulmana también. ¿Eso es mucho pedir?»

«La Guía es para quien Dios quiera. ¿Estás rechazando Su Guía a causa de cuestiones familiares? Incluso el Profeta (que la paz y las bendiciones de Dios sean con él) no pudo guiar a toda su familia, y su tío murió siendo incrédulo, a pesar de que él, en su lecho de muerte, le rogó que atestiguara que no hay divinidad excepto Al‑lah, y que Muhammad es Su mensajero», me informó.

«¡Pero quiero discutirlo primero con mi familia!», argumenté, sabiendo que ellos debía conocer mi estado mental antes de tomar un paso tan gigantesco como abrazar de manera formal y seria otra religión.

«¿Y qué pasaría si murieras antes de tener la oportunidad de convertirte?», me preguntó. «Si mueres habiendo conocido la religión y habiéndola rechazado, tu destino definitivamente será el Fuego. ¿Tienes idea de la suerte que tienes? No todo el mundo es tocado como lo has sido tú. No puedes rechazar la posibilidad que Él te está dando», argumentó persuasivamente.

En ese momento, quedé desconcertado por su actitud. Sin embargo, al reflexionarlo, sabía que él tenía razón. Yo sería un tonto si dejaba pasar esa oportunidad.

Mi confesión de Islam

Mi siguiente paso fue regresar a la Oficina de Difusión Islámica y preguntarles cómo abrazar formalmente el Islam. Cuando entré en la oficina por segunda vez, fui recibido por miradas de desconcierto. Supongo que no muchos europeos blancos entraban a su oficina, así que trataron de averiguar por qué había ido yo.

Un hombre de la India, Shaij Faruq, habló primero.

«¿Qué deseas?»

Debo decir que su inglés era bueno. Sin embargo, yo estaba tan sorprendido de que él no entendiera por qué había ido a su oficina, como lo estaban ellos de mi presencia. Cuando le dije la razón, me dijo que tenía que recibir una explicación completa sobre qué es la religión del Islam y cuáles eran las condiciones de la confesión de fe.

Esto me extrañó un poco. Había esperado que me dieran la bienvenida y tomaran mi juramento enseguida, pero insistían en que yo necesitaba algo de formación primero.

Había dos personas más interesadas en ser musulmanes en la oficina, que habían llegado antes que yo, ambos de Filipinas. David era un cristiano born-again (renacido), que se había convencido del Islam durante las clases de árabe que dictaba el centro. Coincidencialmente, él era el electricista que daba servicio en el aparta hotel donde yo me hospedaba. John, sin embargo, había sido persuadido de hacerse musulmán porque su esposa era musulmana. Él había sido arrastrado a la oficina por David, que era su amigo.

Se hicieron los preparativos para que nosotros tres hiciéramos juntos la doble declaración en presencia de dos testigos musulmanes. Después de eso, seríamos musulmanes oficialmente. Ellos le pidieron a un divulgador religioso que nos diera las explicaciones ese mismo fin de semana, después de la oración del mediodía el jueves.

Ya que David y yo vivíamos en el mismo aparta hotel, John vino por los dos y fuimos juntos al centro. Ellos nos mostraron el área principal de descanso, que ahora tenía cojines en el suelo alrededor de la sala con apoyabrazos para la ocasión. El Shaij Ehab –o Abu Abdurrahman, como lo conozco ahora, el hombre que me había dado el Corán en primer lugar– y el Shaij Faruq, a quien había conocido cuando fui a la oficina para preguntar cómo hacerme musulmán, estaban allí juntos esperándonos. Entonces, el Shaij Ibrahim, el gerente del Centro Ha’il de Divulgación, hizo entrar a dos hombres que yo no conocía. Aparentemente, eran voluntarios. El Shaij Sa’ud trabajaba para la Compañía Eléctrica Saudita, y el Shaij Abdul Aziz para la Compañía Telefónica Saudita. Fue el Shaij Sa’ud quien dio la charla.

Él explicó cuidadosamente que el Islam es una religión monoteísta, y que abrazar formalmente el Islam es un gran paso. Una vez uno hace eso, no hay vuelta atrás, pues si uno se echa para atrás cometería apostasía, lo que es muy grave.

Le dije que sabía de la seriedad de ese paso.

Entonces, me habló de los seis puntos concernientes al credo. «Primero, debes saber y creer en tu corazón y en tus oraciones que Al‑lah es tu Dios y que no hay divinidad excepto Él».

«Esa es la razón básica por la que estoy aquí», pensé.

Él levantó su mano. «Esto significa que no tomarán ningún objeto ni imagen como foco de su adoración a Dios, pues ellos son ídolos. Su adoración deberá ser dirigida a Él, no a través de ningún ser humano ni espíritu, sea profeta, sacerdote, ángel o criatura mitológica. ¿Entienden lo que digo?»

Todos estuvimos de acuerdo en que lo habíamos entendido bien.

Entonces, él continuó. «También deben creer en Sus ángeles, que son los mensajeros de Dios. Ellos llevan Su palabra a los profetas y hacen todo aquello que Él les ordena que hagan en la Tierra y en los cielos».

Asentí con la cabeza junto a David y John. Fueron los ángeles los que destruyeron Sodoma y Gomorra por órdenes de Dios, y fueron los ángeles los que le comunicaron a María acerca de Jesús.

«Y deben creer en el mensaje de Dios, que pueden hallar en el Corán, y que fue enviado a diferentes profetas en la Tora, los Salmos y el Evangelio, antes de él. Creemos que todos esos libros fueron originalmente revelados a los profetas por Dios».

«Muy justo», pensé.

«¿Creen que todos ellos fueron revelados por Dios a través de Sus ángeles a Sus profetas?»

Todos respondimos afirmativamente.

«Los musulmanes deben creer en todos los profetas, naturalmente, y ellos son los que nos han dado el Mensaje de Dios desde la época de Adán. Muhammad es el último de los profetas porque el Corán es el mensaje final para la humanidad, y nos dice que él es el Sello de los profetas. Y deben creer que Jesús (Dios lo bendiga) no es Dios ni el hijo de Dios. Él es un hombre, como nosotros, creado por órdenes de Dios en el vientre de María, y un Mensajero de Dios, tal como Muhammad (Dios lo bendiga). ¿Qué dicen a eso?»

«Jesús fue un Profeta, como Muhammad», dijo David. Yo asentí. «Por supuesto», pensé.

«También deben creer que seremos resucitados y juzgados en el Día Final, y que en el Más Allá hay uno de dos destinos esperándonos: El Jardín o el Fuego. Esta es la base de nuestro libre albedrío. Elegimos a dónde iremos por nuestras obras en este mundo».

Esta también es una parte integral de la creencia cristiana, así que no hubo problema en asimilarla. Todos respondimos afirmativamente que habíamos entendido y estábamos de acuerdo.

Fuente: www.islamreligion.com

 

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