Por: Hamza Yusuf
El hambre puede sacar lo peor de nosotros. En una maravillosa escena del Como gustéis de Shakespeare, un desesperado y hambriento Orlando llega al bosque donde se encuentra el Duque Mayor y su corte, que están a punto de comenzar a cenar. Asumiendo que en Arden reina la ley de la selva, Orlando blande su espada y pide comida bajo pena de muerte. El Duque Mayor le reprocha por su falta de cortesía, y añade: “¿Qué deseáis? Nos forzaría a ser benévolos vuestra cortesía, más que nos inclinaría a la bondad vuestra fuerza”. Responde Orlando: “Estoy casi muerto por el hambre. Dejadme tomar alimento”. Impertérrito, le dice el Duque: “Sentaos y alimentaos y ser bien venido a nuestra mesa”. Orlando está avergonzado por la caballerosidad del Duque y explica que el hambre había creado violencia en él.
El Hambre y el Ayuno
Casi 4 siglos después otro poeta, Bob Marley, nos recuerda melódicamente: “Ellos tienen el estómago lleno, pero nosotros tenemos hambre / una multitud hambrienta es una multitud enfurecida”. Todos conocemos los instintos primarios del hambre; hemos experimentado la irritabilidad que produce no haber desayunado, o no tomar nuestra taza de café o té por la mañana. Exageramos cuando decimos que estamos “muertos de hambre” cuando el momento de una comida se va acercando. Nuestras citas con la comida son tan frecuentes cada día que los sociólogos se refieren a ellos como “contactos repetidos con la comida” y un granjero lo llama simplemente “picoteo”. En un santiamén, nos permitimos cafés lattes y galletas. Mucha gente ya no come tres comidas principales, sino que picotea todo el día, y Starbucks ya se encarga de estar en todos lados para asegurarse de que nadie va a padecer hambre o va sufrir por no tener cafeína en el cuerpo. En las tierras de plenitud en Occidente, solemos olvidarnos de que esa abundancia y fácil accesibilidad de la comida no siempre fue así, y que aún no está tan generalizado como creemos.
Algunos de nosotros que tenemos el lujo de leer nuestro periódico con una taza de café y una tostada rica en mantequilla y mermelada nunca hemos padecido hambre intencionadamente, a menos que hayamos sucumbido a una ridícula dieta. Pero hubo un momento en Occidente cuando la Cuaresma, que conmemora los 40 días de ayuno del Profeta Jesús en el desierto, significaba ayunar todo el día, y comer una sola comida en la noche. Con el paso del tiempo, esa tradición pasó a ser semi-ayuno y ahora significa dejar de tomar algo que a uno le gusta mucho, como el chocolate por ejemplo.
Incluso nuestras raciones de comida y bebida son mucho mejores de lo que tuvieron nuestros abuelos. En mitad de este cuerno de la abundancia, millones de musulmanes voluntariamente se abstienen de comida, bebida y sexo durante las horas de luz en este mes de Ramadán. Vemos como nuestros compañeros de trabajo comen y beben durante el día, y ocasionalmente tenemos que disculparnos por no unirnos a ellos por motivos religiosos. Ayunar durante un mes nos hace ser conscientes del hambre como una sensación física palpable, no como un suceso remoto que se lee en el periódico. Cuando las Naciones Unidas nos dicen que casi un billón de personas sufren de hambre y malnutrición y 25.000 mueren de hambre, un ayunante aprecia estas estadísticas de una forma que para otros son todavía muy lejana.
Ayunar no es solo dejar de comer y beber
Pero ayunar no es solo dejar de comer y beber. Se trata de inclinarse hacia “los mejores ángeles de nuestra naturaleza”. El Profeta Muhammad dijo: “Si alguien no tiene la intención de dejar su mal carácter durante el ayuno, Dios no necesita que deje de tomar su comida y bebida”. Los musulmanes tienen que durante este tiempo animarse a ser mejores personas, tratar a los demás con más condescendencia. Si alguien trata de pelear, se aconseja que el ayunante diga: “Estoy ayunando”.
Hay muchas maneras de tener hambre. Uno no puedo estar hambriento de amor, o de fama o de justicia social, pero hambriento de comida domina todas las otras ansias. Al ser conscientes del hambre de los otros, contribuimos a ser más empáticos con el mundo. Quizás, si, como el Duque Mayor, respondiésemos a los gritos de los miles de desesperados Orlandos buscando comida en los bosques de la hambruna con hospitalidad y ayuda, podrían convencerse ellos mismos de tener cortesía. Ciertamente el hambre puede sacar lo peor de nosotros, pero también puede sacar lo mejor.
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Traducido del ingles con algunas modificaciones editoriales por el Equipo Editorial.
Fuente: http://www.theguardian.com/commentisfree/2007/oct/13/comment.religion