Autor: Abdalhaqq Bewley
La forma del ser humano está preparada para hablar, del mismo modo que la del pájaro lo está para volar o la del pez para nadar. La investigación moderna ha demostrado que, el lenguaje, no es algo que se adquiere sino que, la capacidad lingüística, es genéticamente inherente al niño y surge de forma gradual. Esta capacidad lingüística innata, este poder de nombrar, de describir, de dar expresión a la percepción intelectual es lo que otorga a la especia humana la supremacía sobre el resto de las criaturas. Las demás criaturas son externas y su función también lo es. El lenguaje es una capacidad interior que nos da interioridad y la capacidad de reflexionar, concentrarse y de poseer una consciencia interior que no posee ninguna otra criatura.
El lenguaje nos da también la facultad, y al mismo tiempo demuestra nuestra capacidad, de conocer, no solo nuestro entorno, sino la totalidad de la existencia. Gracias a nuestra capacidad para el lenguaje somos capaces de leer el universo, ver nuestra propia interioridad y saber que somos una parte inseparable del orden universal y del equilibrio que no rodea. Podemos reflexionar sobre la característica esencial de nuestra naturaleza, y al hacerlo, llegar a la conclusión inevitable de que todos los fenómenos representan una realidad única, que todos los elementos dispares, y sin embargo conectados y equilibrados, que forman el universo, son claras indicaciones que apuntan a una fuente única de la que todo emana y a la que todo ha de volver.
Excepto en el caso del ser humano es bastante evidente que todo está sometido, de forma inconsciente e involuntaria y siendo simplemente lo que es, al orden universal presente den la existencia o, podría decirse por extensión, a la Realidad Divina que está indica. Del mismo modo, cada cosa que en su forma única y particular contribuye a mantener el equilibrio, es una indicación de su Creador/Fuente, de la misma manera que un artilugio determinado indica la persona que lo hizo. Esta actividad de participación y sumisión en el desarrollo de la existencia, este reconocimiento, por muy inconsciente que sea, de la fuente/origen de la existencia, es lo que constituye la verdadera adoración.
En este punto en necesario desechar cualquier concepto previo que conecte la adoración con la ‘religión’. La adoración es orgánica, inevitable. Es una parte integral de la existencia. Al realizar la función natural para la que está perfectamente adaptada, cada criatura está ejecutando al mismo tiempo un acto de adoración y representando su papel a la hora de manifestar e indicar la Realidad Única. Todo lo que hay en la existencia, a pesar de sus formas y actividades diferentes, comparten esta misma cosa. Este es el denominador común de la existencia. Este es el propósito idéntico.
Volvamos ahora a la especia humana, a nosotros mismos. Mediante el uso del intelecto debemos llegar a la siguiente conclusión: lo que es verdad para todo el universo tiene que serlo también para nosotros, puesto que somos parte inseparable de todo el conjunto. Del mismo modo que la función básica de todo lo que existe es la adoración inconsciente, la adoración tiene que ser también el eje central de nuestra existencia y además, en nuestro caso, debe ser consciente.
Fuente: Libro ‘Islam: creencias y prácticas básicas‘