Allah enseñó a Adán el nombre de todas las cosas

Allah enseñó a Adán el nombre de todas las cosas

Allah enseñó a Adán el nombre de todas las cosas

Por: Shaij Abdalaqadir

En este artículo se explora qué significa que Allah enseñó a Adán el nombre de todas las cosas desde una perspectiva cosmológica.

El Corán afirma de un modo terminante que Allah enseñó a Adán, el primer hombre, todos los nombres o, si se prefiere, todas las palabras. Esto significa que encontró en el interior de sí mismo la capacidad de descifrar lo que era externo a él. La historia ficticia del evolucionismo, es decir, la de una inteligencia simiesca que comienza con un gruñido y avanza hasta convertirse en una capacidad de cifrar compleja, no es sostenible.

Los hechos demuestran claramente que cuanto más primitivo es el lenguaje, más sofisticada y compleja es la red de comunicaciones que contiene. Podemos observar sin duda, desde nuestra condición presente de barbarie, que el lenguaje, más que desarrollarse, decae. El árabe, al ser el más viejo del grupo semítico, es un lenguaje antiguo; podría ser incluso la lengua madre de la especie humana, pero sólo Allah sabe.

Es muy distinto que le enseñen una lengua a uno, a que la descubra por sí mismo. Podría verse un mizal (metáfora) en el crecimiento del niño; en los grandes saltos de su capacidad cognoscitiva en los primeros años que le permiten pasar, a través de verbos imperativos, desde la identificación sujeto/objeto, hasta frases completas. Y después, con el aprendizaje de la lengua en la fase adánica, hasta una captación enormemente acelerada de vocabulario y de construcciones gramaticales. ¡Lo que más hay que entender es el entender mismo! Dada la capacidad genética del organismo, el lenguaje se encuentra ya «allí.» Esto quiere decir, no sólo la inteligencia, sino la completa capacidad técnica del organismo con su órgano vocal incluido. Creemos en la inteligencia del delfín, pero estamos obligados también a reconocer que hay una línea divisoria entre la forma de comunicación del hombre y todas las demás. Carece de autenticidad quien decide olvidarse de ello, mientras pasa a formular suposiciones ficticias sobre el origen del lenguaje que encajen en una ideología evolucionista imperial pasada ya de moda, cuya única función actual es la de proporcionar una justificación de fondo a la tiranía de la vida moderna.

Lo que hay que reconocer de una manera unificada es que el hombre es un organismo completo, entero, «suma» en sí mismo de la creación. Su más alta gloria es su capacidad reflexiva, cuyo examen y exploración será, si Allah quiere, el tema de esta obra. Dentro de sí mismo el hombre se encuentra con el cosmos en su totalidad; no metafóricamente sino en realidad; no únicamente en significación sino también sensorialmente. El hombre es el recipiente/contenido. Es contenido por el espacio universal que él contiene a su vez en su propio espacio. El cosmos es su parte externa y él es la parte interna del cosmos. El cosmos es lo sensorial de él y él es el significado del cosmos. El mundo mineral se encuentra dentro del hombre; el mundo animal se encuentra dentro de él; él reúne y unifica la multiplicidad cósmica. Pero sin el lenguaje, el hombre no podría conocer esta realidad. El lenguaje no es, después de todo, una técnica. Es un elemento esencial de todo el organismo, ya que el hombre se descubre a sí mismo como criatura de habla. El hombre-que-anda es el hombre-que-habla. El hombre-que-sabe es el hombre-que-habla.

En la lengua del Corán, decimos que el hombre es qur’an y furqan, es decir, tanto el que reúne como el que separa. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que lo opuesto del habla es el silencio. Externamente son distintos, pero internamente son lo mismo. El habla depende, por lo tanto, de su opuesto. Es decir, sin silencio inteligente, no podría haber habla. Si el hombre no pudiera reflexionar, no podría discriminar. Sin embargo, el hombre es reflexionante/discriminante, puesto que ambos opuestos son interdependientes y no pueden existir el uno sin el otro. El hecho de separar el lenguaje del hombre, de concebir a éste como viviendo sin lenguaje, llegando a él o separándose de él, es tan absurdo como imaginarse al hombre sin hígado. El estudio de la lengua como-cosa-en-sí-misma es una especie de psicosis procedente de la misma época histórica que se dedicó al estudio de perros degollados, sin darse cuenta que los experimentos se hacían no en cabezas de perro, sino en perros sin cabeza. Lo que era procedente decir sobre la sustancia cerebral del perro, no se podría atribuir, en verdad, al perro ni a lo perruno

Nos vemos obligados, por lo tanto, a concebir el lenguaje como parte de un nexo ecológico y biológico, fundado sobre la base de un hombre-en-el-cosmos que se expresa a sí mismo y al cosmos; o si se quiere, que expresa la realidad, con vocablos, a través del órgano con el que ha sido dotado precisamente para ello. Tanto la significación como la cognición existen en este proceso desde el principio; y no se imponen a sí mismas o se inmiscuyen en el proceso en un momento dado de «desarrollo.» La garganta y la caja vocal son elementos que forman parte del cuerpo de la realidad; y los vocablos no están, en modo alguno, separados de esta realidad biológica que incluye el córtex que, a la vez, almacena y descifra las señales del habla.


Fuente: Extracto del libro ‘Indicaciones de los signos‘, del mismo autor.

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