Por: Redacción
Los seres humanos están específicamente diseñados para dedicar sus vidas a servir un propósito. Tener un propósito es una faceta ineludible de nuestra funcionalidad, ya que está grabado en nuestra fiṭra; llámemoslo nuestro ADN metafísico. Sin embargo, el propósito que servimos puede ser Dios o pueden ser nuestros deseos carnales, egos o presiones sociales. Servir a Dios nos protege del caos psicoespiritual, de ser desgarrados al tratar de servir simultáneamente a innumerables fuerzas rivales en nuestras vidas. En este sentido la adoración es liberación. Allah, el Altísimo, dice:
Allah pone como ejemplo un hombre que sirve a distintos socios y un hombre que pertenece totalmente a otro. ¿Pueden compararse? La alabanza pertenece a Allah, sin embargo la mayoría de ellos no saben. (Corán, 39:29)
Es desde esta perspectiva que la adoración y la servidumbre a Dios liberan a la humanidad de estar sometida y encadenada a aspiraciones inferiores.
Cuando las personas dedican sus vidas a su Creador se sienten empoderadas al adorar al Único que merece ser adorado. Rendir el corazón y las extremidades a Dios representa el pináculo del honor, mientras que rendirse a la creación despiadada e impotente es degradante. Adoptar un estilo de vida de estar cautivado por Dios es, por lo tanto, la forma más verdadera de liberación, ya que sirve a las mayores necesidades e intereses de una persona; permitirse ser cautivo de cualquier otra cosa es condenarse voluntariamente a las mazmorras de esclavos. En este punto, el Profeta Muhammad, que la paz sea con él, dijo:
“Desdichado es el esclavo del oro, la plata, la ropa y las prendas finas. Si se le da, se complace, pero si no se le da, está disgustado». (Sahih Bujari, 6436)
Es por eso que, al encontrarse con la prisión, y antes de morir allí, Ibn Taymiya dijo: «El verdadero prisionero es aquel cuyo el corazón está alejado de su Señor, el Altísimo, y el verdadero cautivo es el que es cautivo de sus deseos«. (Ibn al-Qayyim, al-Wābil aṣ-Ṣayyib min al-Kalim aṭ-Ṭayyib)
Entre los socialmente privilegiados que nos rodean, no es difícil observar cómo de más miserables son los prisioneros de la riqueza y la fama en comparación con quienes tiene un estilo de vida relativamente más minimalista. Los estudios muestran que las poblaciones hedonistas que perciben que la vida tiene poco significado, salvo las satisfacciones carnales, a pesar del acceso a ellas, son las más propensas a terminar con sus propias vidas. Esta clase sufre un dilema singularmente lamentable: aunque tienen acceso a todo lo que el dinero puede comprar, no se sienten contentos con sus riquezas ni capaces de renunciar a ellas. ¿Porqué es esto? En pocas palabras, es porque creen que su felicidad depende de estos bienes materiales. En cuanto a los devotos de Dios, solo sirven al Dios del Poder; disfrutan de los placeres del mundo material dentro de los límites, pero no son esclavizados por ellos.
Fuente: Yaqeen Institute / Corán / Hadith