Autor: Harun Yahya
Roger Penrose, conocido matemático británico y muy amigo de Stephen Hawkings, se preguntó sobre las probabilidades de que en el universo haya surgido por casualidad un medio ambiente que haga posible la vida humana después del Big Bang. El matemático, incluyendo lo que consideraba eran todas la variables requeridas por los seres humanos para vivir en un planeta como el nuestro, calculó las probabilidades de que este medio ambiente se dé entre todos los que posiblemente se hubiesen generado a partir del Big Bang.
Según Penrose, la probabilidad de que esto se dé está en el orden de 1/1010-123. Es difícil imaginar lo que significa este número. En matemáticas el valor de 10123 se expresa por un 1 seguido de ciento veintitrés ceros. Dicho sea de paso que es un número mayor al de átomos que se creen que existe en todo el universo, el cual está calculado en 1078, la cifra que nos da Penrose es mucho mayor que esto.
Veamos, 103 es igual a 1000. 1010-3 es un número constituido por un uno seguido de mil ceros. Si tiene seis ceros más se llama millón; si tiene nueve ceros se llama mil de millones; si tiene doce ceros se llama billón, etc. Pero no tenemos ningún nombre para un número que es 1010-123.
Matemáticamente, en términos prácticos, una probabilidad de 1/1050 significa “probabilidad cero”. El número de probabilidad que Penrose propone es más de un billón de billón de billón de veces menor que este. Es decir, la probabilidad de que se origine por casualidad un universo como el nuestro a partir del Big Bang es extraordinariamente menor de lo que se considera probabilidad cero. En resumen, el número de Penrose nos dice que la creación por ‘accidente’ o ‘casual’ de nuestro universo es algo imposible.
Respecto a ese pasmoso número comenta Penrose: “Esto no muestra ahora lo preciso que debe de haber sido el objetivo del Creador, es decir, con una exactitud de 1/1010-123. Esta es una cifra extraordinaria. Posiblemente ni siquiera podríamos escribir el número completo en la notación decimal. Incluso si fuésemos a escribir un cero sobre cada protón y sobre cada neutrón de todo el universo –y podríamos hacerlos sobre todas la otras partículas para tratar de usar todos los ceros– no llegaríamos a escribir la cifra indicada”.
Lo número que definen en designio y propósito del equilibrio del universo juegan un papel crucial y exceden la comprensión. Prueban que de ninguna manera el universo es producto de una casualidad, y nos muestran “cuán preciso debe haber sido el objetivo del Creador” como dijo Penrose.
En realidad, a fin de conocer que el universo no es un producto de las casualidades, no hacen falta tantos cálculos. Mirando simplemente a su alrededor, cualquier persona puede percibir fácilmente el hecho de la creación, incluso los detalles más diminutos. ¿Cómo un universo como este, perfecto en sus sistemas (el sol, la tierra, los seres humanos, los animales, los árboles, flores, insectos, etc) pudo haber pasado a existir como la unión casual de átomos después de una explosión? Cada detalle que escudriñamos exhibirá la evidencia de la existencia y supremo poder del Creador. Solo la gente que reflexiona puede captar estos signos.
En la creación de los cielos y de la tierra, en la sucesión de la noche y el día, en las naves que surcan el mar con lo que aprovecha a los hombres, en el agua que Allah hace bajar del cielo, vivificando con ella la tierra después de muerta, diseminando por ella toda clase de bestias, en la variación de los vientos, en las nubes, sujetas entre el cielo y la tierra, hay, ciertamente, signos para gente que razona. (Corán, 2:164)
Tomado con ligera modificaciones editoriales del libro: La creación del universo, de Harun Yahya