Por: Hamza Tzortzis
Desde una perspectiva existencial, adorar a Dios es la verdadera libertad. Si la adoración significa amar y obedecer a Dios, entonces muchos de nosotros también tenemos otros dioses en nuestras vidas. Muchos de nosotros queremos amar y obedecer nuestros propios egos y deseos. Creemos que siempre tenemos la razón, nunca queremos estar equivocados, y siempre queremos imponernos a los demás. Desde esta perspectiva, estamos esclavizados a nosotros mismos. El Corán señala este estado espiritual tan degradado y describe al que considera que sus deseos, pasiones y caprichos como su dios, peor que un animal: «¿Qué opinión te merece quien hace de su deseo su dios? ¿Vas a ser tú su guardián? ¿O acaso cuentas con que la mayoría de ellos va a escuchar o a entender cuando no son sino como animales de rebaño o aún más extraviados del camino?”. (El Discernimiento, 25:43-44)
De la auto-adoración, a veces pasamos a adorar formas diversas de presiones sociales, ideas, normas y culturas. Se convierten en nuestro punto de referencia, comenzamos a amarlos, queremos saber más sobre ello y nos vemos obligados a «obedecerlo». Abundan los casos; tomemos, por ejemplo, el materialismo. Hemos centrado nuestra preocupación en el dinero y las pertenencias materiales. Obviamente, querer dinero y posesiones no es necesariamente algo malo, pero hemos permitido que nuestra fijación defina quiénes somos. Nuestro tiempo y esfuerzos están dedicados a la acumulación de riqueza, haciendo de la falsa noción de éxito material el foco principal en nuestras vidas. Desde esta perspectiva, las cosas materiales comienzan a controlarnos y nos llevan a servir a la cultura del materialismo ávido en lugar de servir a Dios. Entiendo que esto no se aplica a todos, pero esta forma de materialismo excesivo es muy común.
Básicamente, si no adoramos a Dios, estaremos adorando a otra cosa. Esto puede ser nuestros propios egos y deseos, o cosas efímeras como posesiones materiales. En la tradición islámica, adorar a Dios define quiénes somos, ya que es parte de nuestra naturaleza. Si olvidamos a Dios y comenzamos a adorar cosas que no son dignas de adoración, lentamente nos olvidaremos de nosotros mismos: «Y no seáis como aquéllos que olvidaron a Allah y Él los hizo olvidarse de sí mismos. Esos son los descarriados«. (La Concentración, 59:19)
Nuestra comprensión de quiénes somos depende de nuestra relación con Dios, que está determinada por nuestra servidumbre y adoración. En este sentido, cuando adoramos a Dios somos liberados de la sumisión a otros «dioses», ya sea a nosotros mismos o las cosas que poseemos o deseamos.
El Corán nos presenta una analogía profunda: “Allah pone como ejemplo un hombre que sirve a distintos socios y un hombre que pertenece totalmente a otro. ¿Pueden compararse? La alabanza pertenece a Allah, sin embargo la mayoría de ellos no saben«. (Los Grupos, 39:29)
Dios esencialmente nos dice que si no adoramos a Dios, terminamos adorando a otra cosa. Estas cosas nos esclavizan y se convierten en nuestros amos. La analogía del Corán nos enseña que sin Dios tenemos muchos «señores» y todos quieren algo de nosotros. Todos están «en desacuerdo», y terminamos en un estado de miseria, confusión e infelicidad. Sin embargo, Dios, quien todo lo conoce, incluso a nosotros mismos, y que tiene más misericordia que nadie, nos está diciendo que Él es nuestro señor, y que solo al adorarlo a Él nos liberaremos realmente de los grilletes de las cosas que hemos tomado como reemplazos para él. Esta es la libertad verdadera.
O como dijo Muhammad Iqbal, el famoso poeta:
“Esta única postración que consideras tan exigente te libera de mil postraciones”.
Fuente: Hamza Tzortzis / Traducido y editado por Truth Seeker Es