Por: Inas Yunis
Hay siete faltas graves y somos capaces de hacer ocho. La octava es el preteneder justificar las siete anteriores. Después de todo, las faltas de un hombre pueden ser la salvación de otro. Lo podemos llamar falta, o lo podemos llamar supervivencia. ¿Algunas vez has escuchado algo sobre la ‘noble hipocresía’? Es cuando mentimos para proteger a otros de una dura verdad. ¿Algunas vez has escuchado algo sobre el ‘pecado sagrado’? Es cuando decidimos que un fin noble justifica los medios.
Lo que queremos decir es que la moralidad depende enteramente en la existencia de la elección -a veces de elecciones muy difíciles-. Sin elección, el concepto de la moralidad no podría existir. Por lo que pecamos, pero no de acuerdo a nuestra naturaleza tal y como la describe la teología cristiana, sino al contrario de esta. La paradoja es que aunque el hombre sea bueno por naturaleza, solo puede mantener este estatus siendo una criatura que tiene opciones, que elige.
Los cristianos se refieren a esto como el pecado original. Los musulmanes resuelven esta paradoja con una de la metáforas más misericordiosas: la escala espiritual. En un extremo de la balanza están tus faltas, en el otro tus buenas acciones. Parece bastante sencillo, pero no lo es tanto porque, mientras una balanza es una herramienta de medida bastante objetiva, nuestras acciones no tienen un valor objetivo y son juzgadas por el peso de sus intenciones.
El ser humano actúa de forma correcta por defecto, siempre y cuando sus intenciones no estén contaminadas por la ingeniera social artificial de una moral controlada por la economía. O en las palabras del escritor inglés C. S. Lewis: “De todas las tiranías, una tiranía ejercida de forma sincera por el bien de sus víctimas puede ser la más opresiva. {…} Aquellos que nos atormentan por nuestro propio bien lo harán sin final, puesto que lo hacen con la aprobación de sus conciencias”.
Una nación que legisla la vida privada de sus individuos destruye nuestra inclinación a enorgullecernos de nuestras decisiones moralmente correctas y a tomar responsabilidad de las inmorales. Una sociedad que legisla el comportamiento privado funciona sobre la premisa de que el hombre se inclina a la maldad por defecto y que es incapaz de controlar su naturaleza. La revelación islámica confirmar que el ser humano está predispuesto hacia lo correcto. Pero este inclinación no se da por defecto, sino que es el resultado de un alma que no se encuentra ante ninguna compulsión, libre de cualquier coerción o intimidación.
El hombre está naturalmente inclinado hacia el bien, y aún así todo el mundo tiene esqueletos en el armario. Nunca enterramos nuestras faltas totalmente por lo que nos aportan cuando no tenemos elección. Tendemos hacia lo bueno hasta que tenemos que hacer lo contrario para mantener el status quo. Una vez que nos damos cuenta de las faltas más graves no tiene porqué ser mortales, nos volvemos los suficiente humildes como para arrepentirnos de ellas y la auto-criticarnos. Incluso aunque mantengamos las puertas del armario bien cerradas, sabemos que la puerta del arrepentimiento está siempre abierta.
Esto no quiere decir que no haya una falta que puede ser mortal. Hay una que se lleva el título ganador. La falta espiritual más grave es la mentira, no a otros, sino a uno mismo. Es mortal porque nadie puede salvarte del autoengaño y su correspondiente síntoma de arrogancia excepto Dios, y no por un acto de arrepentimiento (dado que no sabrás cómo hacer esto) sino por un acto de intervención divina. Es mortal porque no te puedes arrepentir por algo que no reconoces como una falta. Cuando llegas a mentirte a ti mismo hasta el momento en el que no tienes ningún esqueleto en el armario, tu te conviertes en el esqueleto, y la carne y la sangre es la mentira con la que te disfrazas.
Todos nos mentimos a nosotros mismos en alguna ocasión. Puede ser un estrategia para aguantar cuando somos demasiado frágiles para enfrentarnos a nuestras debilidades e inseguridades. Pero nuestro miedo de la auto-crítica está normalmente tintado por el miedo a perder el favor de Dios. Por lo que eventualmente desarrollamos el coraje de mirarnos en el espejo del arrepentimiento y la oración. Pero para algunos, la falta del auto engaño se convierte en una forma patológica de protegerse contra el dolor; un dolor que en muchas ocasiones se ha infligido de forma injusta.
Una vez que el auto engaños de convertido en una condición permanente no habrá lugar para la duda y ninguna acción, no importa cuan buena sea la intención, puede redimir a alguien cuya intención subconsciente es la de proyectar una imagen falsa. Esto no es un ‘pecado original’, puesto que nadie nace con esta tendencia. Este es el ‘pecado no-original’ que se manifiesta en la psicología de una gente que ha sido traumatizada con una vida que siempre ha demandado la perfección moral hasta el extremo que, algo menos que eso, requería castigo.
Estamos naturalmente inclinados hacia lo correcto siempre y cuando se nos permita equivocarnos. Esto significa que hemos de vivir en una sociedad que tenga cierto grado de tolerancia a los errores. Las sociedades que no toleran el error destruyen el significado de la moralidad al destruir el poder elegir. También crean un ambiente en el que la falta más grave, la falta del auto-engaño, se convierte en la más común. Si no permitimos el error animamos a la patología del perfeccionista moral a que prolifere, y nada es socialmente más mortífero que una cultura construida sobre el narcisismo religioso.
Por lo que, aunque estamos naturalmente inclinados hacia el bien, cometeremos faltas y errores de forma inevitable, no porque estemos lastrados por el pecado original, sino porque el mundo es caduco y todo en él es un intercambio y concesión en alguna manera. Cometeremos faltas porque vivimos en un mundo en el cual hacer lo que es correcto en un preciso momento pueda que no sea lo correcto por principio. Cometeremos faltas porque vivimos en un mundo en el cual demandar del hombre que elija el menor de entre dos males es garantizar el triunfo del mayor de ellos porque el hombre de principio no tendrá opción sino la de abstenerse y, por defecto, los restantes no tienen principios.
Pero también vivimos en un mundo en el que lo correcto puede triunfar siempre y cuando el hombre se mantenga libre y humilde. Vivimos en un mundo donde Dios perdona casi todo, incluso la falta más mortífera. Nada de lo que hay en este mundo puede actuar de forma contraria a su naturaleza excepto el hombre. Por lo tanto, el hombre debe de estar inclinado hacia el bien de forma inherente; dado que si estuviese inclinado hacia el mal de formar inherente, quizás el mundo fuese un sitio mejor.
Fuente: www.onislam.com Traducido por Redacción New-Muslims.info con ligeras modificaciones editoriales