Autor: Fethullah Gülen
Sería difícil encontrar otra teoría que no haya sido rebatida e invalidada en tantas ocasiones como lo ha sido el Darwinismo, y sin embargo su esencia renace artificiosamente una y otra vez. Algunos científicos la defienden con vehemencia; otros la desacreditan por completo y sostienen que aceptarla no es más que un error. Parece ser que, en el mundo académico-científico, el Darwinismo mantendrá ocupadas las agendas de las conferencias durante algún tiempo más, miles de libros y artículos serán escritos acerca del mismo y los debates persistirán.
La caída del comunismo como ideología y fuerza política ha hecho más obvio que lo que antes fueron países del «Este» y países de «Occidente», no era sino una división geográfica y no cultural. Fue y sigue siendo correcto pensar acerca del experimento en Rusia y sus primeros estados satélite como una variación dentro de la cultura occidental, no en oposición a esta última. La estricta postura de Occidente ante la religión, derivada de pensadores como Rousseau y Renan, fue contemplada como un mito social necesario, una ilusión que proporciona un tipo de cohesión cultural y social para una vida colectiva que no tiene más base en la realidad que la que tendría un sueño. La rigurosa actitud de los países del Este (Comunismo), basada en un explicito rechazo a la religión y en la aceptación del materialismo, favoreció naturalmente al Darwinismo (quien conlleva el mismo rechazo) y le otorgó un apoyo premeditado e institucional mayor que en Occidente. Pero en una visión más amplia, la moderna cultura de Occidente en su conjunto está íntimamente basada en las suposiciones del Darwinismo, y aquellos que, en los países musulmanes, desean fomentar la cultura occidental, continúan mostrando al Darwinismo como una verdad científica establecida, por lo general, en universidades e instituciones educativas para así, y como consecuencia de todo esto, describir la religión como un concepto falso dotado de falta de rigor científico. Inevitablemente, algo de este veneno es eficaz en las dóciles mentes jóvenes: muchos de ellos comienzan a creer (aunque muy pocos sigan creyéndolo posteriormente) que la religión no se ajusta a la razón humana, y que, como explicación del origen de las especies, el Darwinismo sigue siendo lo mejor que la razón humana independiente puede ofrecer.
No entraré en detalles sobre la hipótesis de la evolución, más bien la trataré dentro del ámbito de breves preguntas y respuestas, en las que abordaré algunos de los puntos más importantes.
Según Darwin, la vida se originó en la tierra a partir de sencillos organismos unicelulares que se desarrollaron y dieron origen posteriormente a organismos multicelulares mediante un proceso de cambio gradual, junto con mutaciones fortuitas, a lo largo de millones de años. De acuerdo con las distintas teorías evolutivas más desarrolladas, la base en la que se asienta la existencia de todos los seres vivos y lo que bien podría ser el origen más primitivo de la vida sobre la Tierra son los aminoácidos dentro del agua, los cuales de algún modo se transformaron después en organismos unicelulares, como la ameba, y estos organismos interactuaron entre si y con el medio ambiente durante miles de millones de años, gradualmente o a partir de bruscos saltos evolucionaron en la gran variedad de complejos animales multicelulares. Entonces a partir de los invertebrados se desarrollaron vertebrados acuáticos tales como los peces, que evolucionaron a su vez en anfibios, y estos en reptiles, y posteriormente, algunos reptiles evolucionaron en aves, mientras que otros lo hicieron ya como mamíferos culminando en la evolución del hombre.
La hipótesis se halla sustentada característicamente en pequeñas piezas incompletas de fósiles, aunque, hasta ahora, el actual registro fósil ha fallado en avalar este punto de vista. Para nuestro conocimiento, en ninguna hipótesis científica excepto ésta ha sido refutada la base de «eslabones perdidos». Lo que los científicos han descubierto a través de la observación demuestra lo contrario a la verdad de la teoría evolutiva: a pesar de constituir un Reino numeroso de decenas de Filo o Divisiones, la bacteria no ha evolucionado en algo diferente o más desarrollado aunque se adapte de manera rápida; en cualquier variedad en la que se pueden hallar, las cucarachas y el resto de insectos han vivido sin apenas cambios de importancia durante más de 350 millones de años. Las moscas comunes de la fruta —Drosophila melanogaster— siguen sin haber experimentado cambios desde hace millones de años; artrópodos, esponjas y cangrejos de mar son hoy exactamente iguales a los hallados en formaciones rocosas de hace 500 millones de años; serpientes, lagartijas, ratones y muchas otras especies no han evolucionado en otros tipos diferentes de especies; ni la pezuña del caballo o el pie del ser humano han evolucionado en algo diferente. El hombre permanece exactamente igual como el primer día en que fue creado.
No hay ejemplos de organismos transitorios, seres vivos en proceso de evolución que la teoría evolutiva exige, tales como, por ejemplo, un animal que haya evolucionado sus extremidades anteriores parcialmente (pero no por completo todavía) en alas listas para la transición de volar como un pájaro. Y, de modo sorprendente, no hay ni siquiera una explicación teórica —dado que tales evoluciones suponen millones de generaciones para llegar a su fin— de cómo los animales parcialmente evolucionados podrían sobrevivir, en qué clase de ambiente, careciendo de sus cuatro extremidades «útiles» y todavía sin estar dotados con dos patas de provecho y un par de alas.
Muchos argumentos dan el ejemplo erróneo de la evolución del caballo a partir de un ancestro común semejante a un pequeño mamífero del tamaño de un perro, con cinco dedos a diferencia del moderno caballo, con un dedo o pezuña. De hecho, los evolucionistas no poseen evidencias para tal reivindicación. En ningún lugar del mundo han encontrado una serie de fósiles que demuestre tal orden evolutivo. Esto es tan sólo una hipótesis, mera suposición. Hablan sobre un animal que vivió en el pasado y reivindican que fue el antepasado del caballo moderno; pero no establecen ninguna conexión necesaria entre el caballo moderno y su supuesto animal antecesor: lo único imperioso para tal conexión es la necesidad de poner de manifiesto la teoría. Esto es totalmente contrario a los argumentos y procedimientos científicos solventes. Debemos decir que Dios creó a tal animal en tal época, que se extinguió y que no existe en la actualidad. ¿Por qué necesitamos relacionar estas dos especies? Todavía hoy en día caballos de diferentes tamaños y razas coexisten en nuestro tiempo.
Algunos científicos hallaron abejas y miel con una antigüedad de millones de años. La abeja producía la miel y el panal hace 100 millones de años, de la misma forma que lo hace hoy, usando las mismas medidas geométricas. Así, a lo largo de todo este dilatado espacio de tiempo ni el cerebro de la abeja ni su estructura fisiológica ni tan siquiera la forma de producir miel han experimentado modificación alguna.
¿Y en lo que respecta a la evolución del ser humano? Está especialmente mal argumentada así como infundada. Ciertos científicos descubrieron unos huesos, o incluso tan sólo el diente de un simio, y postularon (supusieron más bien) el resto —la postura corporal, la carne, la piel, el cabello, características, etc., del evolucionado «hombre»—.
En 1912, Charles Dawson, un neo-darwinista declaró sin tapujos haber encontrado el eslabón perdido en Piltdown, un pueblo de Sussex (Reino Unido) y lo propuso como una prueba definitiva de la evolución del hombre desde el simio, pasando a la posteridad como el Hombre de Piltdown. Sin embargo, después de un breve tiempo, se cuestionó su autenticidad aunque tuvieran que pasar 45 años para que su fraude se hiciera obvio. Había tomado la mitad de una calavera humana y la mandíbula de un orangután, los unió, los envejeció a través de ciertos procesos químicos, y presentó el supuesto «descubrimiento» al mundo como el definitivo eslabón perdido. Tal fraude sólo podría ser cometido en una atmósfera que diera la bienvenida a tales pruebas —así como los ardides de «enriquecerse a toda costa» sólo funcionan en la gente que quiere creer en ellos—. Afortunadamente para la dignidad de la sociedad científica, algunos de sus más honestos miembros rápidamente revelaron este particular engaño.
Los evolucionistas solían mencionar al celacanto, un pez supuestamente de hace 400 millones de años, como un eslabón entre estos animales acuáticos y los animales terrestres debido a sus aletas con forma semejante a extremidades para avanzar por la tierra. Se teorizó que el celacanto, en su proceso evolutivo, se aventuró tierra adentro en busca de comida, permaneció ahí muchísimo tiempo —cerca de 70 millones de años— y más tarde se supone que desapareció y sólo se supo de su existencia como registro fósil. Para su sorpresa, Marjorie Courtenay Latimer —conservadora de un museo en Sudáfrica— observó las capturas de un pescador local en la que pudo apreciar varias docenas de celacantos vivos, capturados en la costa de Madagascar en 1938. Los pescados eran exactamente iguales a sus antepasados: perfectamente adaptados a su ambiente marítimo profundo y sin dar señales de haber experimentado evolución alguna. El celacanto ha sido silenciosamente omitido por muchos libros de texto de la lista de evidencia de la evolución, porque se convirtió en símbolo del carácter no evolutivo de los organismos, en contraposición a su característica evolutiva.
También los evolucionistas declaran que los organismos evolucionan a través de fortuitas mutaciones. Mientras que nuevas células están siendo creadas, si el código genético, normalmente idéntico en todas las células de un organismo, es copiado de forma diferente o erróneamente, las mutaciones acontecen. Tal cambio, que es reivindicado como portador del fruto evolutivo gradual a través de un período largo de tiempo, tal vez sea provocado por un número de agentes externos como la geografía y el clima, o incluso la influencia interplanetaria, como los cambios en las rotaciones solar y terráquea, o por radiación, contaminación química, etc. Su argumento es que mutaciones no mortales reproducen exitosamente (esto es, la adaptabilidad a diversos cambios en el ambiente más cercano) la función a partir de repentinos saltos en el curso de la evolución y que desembocan en la variación de las especies.
Sin embargo, recientes investigaciones en genética y bioquímica han demostrado que las mutaciones son casi siempre perjudiciales, incluso mortales, y son la causa de numerosos desórdenes fisiológicos. En cualquier caso, éstas no dan origen a que se produzcan cambios de una magnitud tal como para crear nuevas especies, que un perro, por ejemplo, evolucione en un caballo, o un simio en un hombre, ya que para que tal orden de cambios suceda al azar y repentinamente y posteriormente se mantenga con éxito, requeriría de un dilatado lapso de tiempo que excede del estimado para la edad del universo.
Durante años, numerosas investigaciones han sido efectuadas en palomas, perros y moscas. Aunque algunos cambios fisiológicos ocurren dentro de la misma raza de animales (hay diferentes razas de perros y palomas, por ejemplo), tal evolución adaptativa en las especies no es evidencia de la evolución de las especies. Todas las investigaciones realizadas durante años con la mosca común de la fruta —Drosophila melanogaster— como ejemplar muestra no produjeron nada, y se comprobó que la Drosophila melanogaster sigue siendo tal y como es.
Las variedades híbridas son obtenidas cruzando artificialmente dos especies, como el caballo y el asno, pero la especie híbrida resultante (la mula en este caso) es estéril. Después de una extensa investigación, los científicos han admitido que no es posible progresar de una especie a otra. Existen algunas barreras infranqueables entre especies. Esto se halla en concordancia con el sentido común, así como con los hechos conocidos y el razonamiento científico. ¿Cómo podría una criatura como el hombre, que tiene un extraordinario y sofisticado cerebro y que es capaz de (en todas y cada una de las etapas de su civilización) expresarse lingüística y culturalmente, con una creencia religiosa y unas aspiraciones vitales haber evolucionado a partir de un simio? ¡Es increíble incluso especular si podría ser correcta una cosa así, otorgándole tan siquiera una consideración seria, así que démoslo pues por sentado y aceptado de acuerdo a la razón!
Sin embargo, aceptar dicha evolución es el pilar principal del materialismo moderno, y del materialismo histórico en particular, como Marx y Engels insistentemente señalaron. Es una clase de fe ciega, un prejuicio, una superstición el que los materialistas se apeguen al Darwinismo de una forma tan ordinaria. Insisten que absolutamente todo se encuentra explicado por medio de las causas materiales. En cuanto a dichos medios limitados, debido a los mismos no pueden explicar y no se atreven a admitir que no pueden hacerlo. No pueden reconocer que debe existir un agente metafísico sobrenatural que interviene para hacer al mundo biológico tal como es, maravillosamente prolífico, abundante, diverso y dentro de formas estables, tan asombrosamente adaptables y versátiles en reacción a las posibilidades del medio ambiente local.
La alternativa a la evolución es diseñar necesariamente lo que conduce al concepto de un poder unitario y trascendente, el Creador Diseñador, Dios. En ello reside la constante tiranía de la teoría darwinista: el miedo a reconocer que el Creador derribará la estructura de una ciencia autónoma, de la razón humana autónoma. Un científico individualista, en calidad de persona, puede ser un creyente o un ateo, pero la ciencia en sí misma debe ser escéptica. Es irónico, en efecto, que para proteger la ilusión de la razón humana independiente, los darwinistas (y materialistas habitualmente) desafiarán o ignorarán los hechos, negarán y minimizarán la lógica y la razón. Este es el crédito de la comunidad científica que, en gran número, científicos hayan hallado el valor de cuestionar y desafiar la tiranía del Darwinismo en la enseñanza de las ciencias de la vida.
Desafortunadamente algunas mentes jóvenes y dóciles siguen siendo vulnerables al mito del Darwinismo simplemente porque éste es el dogma oficial, la materia prima de los libros de texto sobre el asunto dondequiera que sea. Cuán cierto y apropiado es el proverbio turco «Un loco puede lanzar una perla a un pozo con facilidad, y cuarenta hombres sabios lucharan en vano para sacarla de nuevo». No obstante, se puede hallar consuelo en el conocimiento que una mentira, aunque esté poderosamente sustentada, no puede tener sino una vida corta. La verdad del asunto es que el origen de las especies y la mayoría de las divisiones de las especies no son todavía comprendidos. ¿Acaso es demasiado difícil decir con suma humildad: «Nos maravillamos, pero no sabemos»? Y nos maravillamos en grado sumo, y entendemos hasta lo más mínimo de las cosas, el origen del discurso inteligente, la elaboración de ideas a través de la ideación, la abstracción, la simbolización, la cultura, el amor a lo bello y lo variado, la conciencia, el altruismo, la moral religiosa y la ambición espiritual.
Por cierto, no dejamos de admitir que Darwin fue un gran científico, inteligente, a quien se le debe atribuir una de las mayores contribuciones en la taxonomía de las especies y sus obras sobre la adaptación de las mismas (que no evolución). Pero debe ser apreciado que lo que él hizo, bien e indiscutiblemente, es observar con exactitud e inteligencia lo que había ya implícito en la naturaleza.
Cualesquiera que sean sus propias intenciones, pese a ellas, su trabajo, como todo seguro progreso en observación y explicación, ratifica al Divino Arquitecto, el poder del Todo Poderoso, del Sustentador, del Administrador. Quien creó la organización maravillosa, segura, sistemática, sutilmente integró la armonía en las operaciones de la naturaleza, y combinó ese orden con belleza. En tanto que, lo que Darwin halló incrementa nuestra fe en Dios, a él lo desvió del camino.
Qué grande y supremo es el Creador. El orden, la razón y la sabiduría existen gracias a Él. Asimismo, la orientación hacia la fe se encuentra absolutamente bajo su control.