Autor: Muhammad Asad
“No he creado a los Yinn (seres invisibles) y a los hombres sino para que Me [conozcan y] adoren.” (Corán, 51:56)
De esta forma, el concepto de “adoración” en el Islam es diferente al de cualquier otra religión. Aquí no está restringido a las prácticas puramente devocionales, como la oración o el ayuno, sino que abarca también toda la vida práctica del ser humano. Si el objetivo de toda nuestra vida ha de ser la adoración y el servicio a Dios, tenemos por fuerza que considerar esta vida, en todos sus aspectos, como una compleja responsabilidad moral. De esta forma, todas nuestras acciones, aún aquellas aparentemente triviales, deben ser realizadas como actos de adoración; es decir, deben realizarse conscientemente, pues forman parte del plan universal divino. Tal estado de cosas representa un ideal lejano para un ser humano de mediana capacidad; pero, ¿acaso no es el propósito de la religión hacer que los ideales cobren vida?
A este respecto la posición del Islam es clara. Nos enseña, primero, que el servicio y la adoración permanentes a Dios, en todas las manifestaciones de la vida humana son el auténtico sentido de esta vida; y, segundo, que el logro de este objetivo nos será imposible mientras sigamos dividiendo nuestra vida en dos partes, la espiritual y la material: ambas deben estar ligadas, en nuestra conciencia y en nuestras acciones, hasta formar una entidad armoniosa. Nuestra noción de la Unidad de Dios debe estar reflejada en nuestros esfuerzos por unificar y coordinar los distintos aspectos de nuestra vida.
La consecuencia lógica de esta actitud crea otra diferencia entre el Islam y todos los sistemas religiosos que conozco. Y es el hecho de que el Islam, como enseñanza, se propone definir no sólo las relaciones metafísicas entre el ser humano y su Creador, sino también –y casi con la misma insistencia– las relaciones terrenales entre el individuo y su entorno social. La vida terrenal no debe considerarse como una mera concha vacía, una sombra sin sentido del Más Allá por venir, sino como una entidad positiva y completa en sí misma. Dios Mismo es una unidad, no sólo en esencia sino también en propósito; y, por tanto, Su creación es una unidad, posiblemente en esencia pero ciertamente en propósito.
Ser conscientes de Dios –en el amplio sentido que acaba de ser expuesto– resume para el Islam el significado de la vida humana. Y esta es la única concepción que nos muestra la posibilidad de que el ser humano alcance la perfección en su vida terrenal como individuo. De entre todos los sistemas religiosos, sólo el Islam declara que es posible lograr la perfección individual en nuestra existencia terrenal. El Islam no pospone esta realización hasta después de haber sido suprimidos los llamados deseos “corporales”, como dice la enseñanza cristiana; ni promete una serie continua de reencarnaciones en planos cada vez más elevados, como es el caso del hinduismo; ni está de acuerdo con el budismo, según el cual la perfección y la salvación sólo pueden conseguirse mediante la aniquilación del Yo individual y de sus lazos emocionales con el mundo. No –: el Islam es tajante en su afirmación de que el hombre puede alcanzar la perfección en su vida terrenal como individuo mediante el uso pleno de todos sus dones naturales y de las posibilidades de esta vida.
Fuente: tomado con ligeras modificaciones editoriales del libro «El Islam en la encrucijada» de Muhammad Asad